REALIZADO / RECOPILADO POR: Licdo. YERMÍN ROMERO / EL TIGRE - ANZOÁTEGUI / VENEZUELA / yerminromero.blogspot.com
“GRAN MARISCAL DE AYACUCHO”ANTONIO JOSÉ DE SUCRE
Al cumplirse 239 años de su nacimiento rendimos honores a tan ilustre
héroe de nuestra Patria
.
El linaje del “Gran Mariscal”:
Este
ilustre venezolano nació en Cumaná (actual estado Sucre, Venezuela) el 3 de
febrero de 1775.Fueron sus padres el coronel Don. Vicente de Sucre y García de
Urbaneja (1761-1824) Y Doña María Manuela de Alcalá Sánchez. El fundador del linaje
Sucre en Venezuela fue el brigadier de los Reales ejércitos de Carlos de Sucre,
Garrido Sánchez y Pardo de Figueroa, bisabuelo del gran Mariscal, fallecido en
Caracas en 1746, quien ejerció la gobernación de Nueva Andalucía (Cumaná) y
Guayana entre los años 1733 y 1740. El progenitor del brigadier Carlos fue el
teniente general Charles Adrien de Sucre y D'Ives, natural de Cambray
(Francia), marqués de Preux, caballero de la Orden de Alcántara desde 1699, miembro del
Consejo Supremo de Guerra en Madrid, gobernador y capitán general de la
provincia de Cartagena de Indias. En homenaje perpetuo a la memoria del insigne
mariscal Antonio José de Sucre, la antigua provincia de Cumaná cambió desde
1909, su denominación, por la que actualmente tiene de Estado Sucre.
Recibió
su primera educación en la capital de Caracas. En el año de 1802, inició sus
estudios en Matemática para seguir la carrera de ingeniero.
Empezada
la revolución, se dedicó a ella y mostró desde los primeros días una aplicación
y una inteligencia que lo hicieron sobresalir entre sus compañeros. Muy pronto
empezó la guerra, desde luego el General Sucre salió a campaña. Sirvió a las
órdenes del General Miranda con distinción en los años 1811 y 1812. Cuando los
Generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdez emprendieron la reconquista de su
patria, en 1813, por la parte oriental, el joven Sucre les acompañó a la más
atrevida y temeraria batalla. Apenas un puñado de valientes, que no pasaban de
cien, intentaron y lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se
distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor. En
los célebres campos de Maturín y Cumaná, se encontraba de ordinario al lado de
los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios
con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas sus fuerzas. La
Grecia no ofrece prodigios mayores.
Quinientos
paisanos armados, mandados por el intrépido Piar, destrozaron ocho mil
españoles en tres combates, en campo raso. El General Sucre era uno de los que
se distinguían en medio de estos héroes.
El
General Sucre sirvió al Estado Mayor General del Ejército de Oriente desde el
año de 1814 hasta 1817, siempre con aquel celo, talento y conocimientos que los
han distinguido tanto. Él era el alma del ejército en que servía. Metodizaba
todo, lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia, con que ejecuta.
En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la
revolución, el General Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejo,
de guía, sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. Él era el
azote del desorden y, sin embargo, el amigo de todos.
Su
adhesión al Libertador y al Gobierno, lo ponían a menudo en posiciones
difíciles, cuando los partidos domésticos encendían los espíritus. El General
Sucre quedaba en la tempestad semejante a una roca, combatida por las olas,
clavando los ojos en la Patria, en la justicia y sin perder, no obstante, el
aprecio y el amor de los que combatía.
Después
de la batalla de Boyacá, el General Sucre fue nombrado Jefe del Estado Mayor
General Libertador, cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. En esta
capacidad, asociado al General Briceño y Coronel Pérez, negoció el armisticio y
regularización de la guerra con el General Morillo, en 1820. Y tal como lo dijo
el Liberatdor Simón Bolívar "este tratado es digno del alma del General
Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron; él
será eterno como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra; él
será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho".
Luego
fue destinado desde Bogotá, a mandar la división de tropas que el Gobierno de
Colombia puso a sus órdenes para auxiliar a Guayaquil que se había
insurreccionado contra el Gobierno Español. Allí, Sucre desplegó su genio
conciliador, cortés, activo, audaz.
Dos
derrotas consecutivas pusieron a Guayaquil al lado del abismo. Todo estaba
perdido en aquella época: nadie esperaba salud, sino en un prodigio de la buena
suerte. Pero el General Sucre se hallaba en Guayaquil, y bastaba su presencia
para hacerlo todo. El pueblo deseaba librarse de la esclavitud: el General
Sucre, pues, dirigió este noble deseo con acierto y con gloria. Triunfa en
Yaguachi, y libró así a Guayaquil. Después un nuevo ejército se presentó en las
puertas de esta misma ciudad, vencedor y muy fuerte. El General Sucre lo conjuró,
lo rechazó sin combatir. Su política logró lo que sus armas no habrían
alcanzado. La destreza del General Sucre obtuvo un armisticio del General
español, que en realidad era una victoria. Gran parte de la batalla de
Pichincha se debe a esta hábil negociación; porque sin ella, aquella célebre
joranda no habría tenido lugar, todo habría sucumbido entonces, no teniendo a
su disposición el General Sucre medios de resistencia.
El
General Sucre formó, en fin, un ejército respetable durante aquel armisticio
con las tropas que levantó en el país, las que recibió del Gobierno de Colombia
y con la división del General Santa Cruz que obtuvo del Protector del Perú, por
resultado de su incansable perseverancia en solicitar por todas partes enemigos
a los españoles poseedores de Quito.
La
Campaña terminó la guerra del Sur de Colombia, fue dirigida y mandada en
persona por el General Sucre; en ella mostró sus talentos y virtudes militares;
superó dificultades que parecían invencibles; la naturaleza le ofrecía obstáculos,
privaciones y penas durísimas: mas a todo sabía remediar su genio fecundo. La
batalla de Pichincha consumó la obra de su celo, de su sagacidad y de su valor.
Entonces fue nombrado, en premio de sus servicios, general de división e
Intendente del Departamento de Quito. Aquellos pueblos veían en él su
Libertador, su amigo; se mostraban más satisfechos del jefe que les era
destinado, que de la libertad misma que recibían en sus manos. El bien dura
poco, bien pronto lo perdieron.
La
pertinaz ciudad de Pasto se subleva poco después de la capitulación que les
concedió el Libertador, con una generosidad sin ejemplo en la guerra. La de
Ayacucho, que acabamos de ver con asombro, no le era comparable. Sin embargo,
este pueblo ingrato y pérfido obligó al General Sucre a marchar contra él, a la
cabeza de unos batallones y escuadrones de la guardia colombiana. Los abismos,
los torrentes, los escarpados precipicios de Pasto fueron franqueados por los
invencibles de Colombia. El General Sucre los guiaba, y Pasto fue nuevamente
reducido al deber.
El
General Sucre, bien pronto, fue destinado a una doble misión militar y
diplomática cerca de este gobierno, cuyo objeto era hallarse al lado del
Presidente de la República para intervenir en la ejecución de las operaciones
de las tropas colombianas auxiliares del Perú. Apenas llegó a esta capital, que
el gobierno del Perú le instó, repetida y fuertemente, para que tomase el mando
del ejercito unido; él se denegó a ello, siguiente su deber y su propia
moderación hasta que la aproximación del enemigo con fuerzas muy superiores
convirtió la aceptación del mando en una honrosa obligación.
Todo
estaba en desorden: todo iba a sucumbir sin un jefe militar que pusiese en
defensa la plaza del Callao, con las fuerzas que ocupaban la capital. El
General Sucre tomó, a su pesar, el mando.
El
Congreso, que había sido ultrajado por el Presidente Riva-Agüero, depuso a este
magistrado luego que entró en el Callao, y autorizó al General Sucre para que
obrase militar y políticamente como Jefe Supremo. Las circunstancias eran
terribles, urgentísimas: no había que vacilar, sino obrar con decisión.
El
General Sucre renunció, sin embargo, el mando que le confería el Congreso, el
que siempre insistía con mayor ardor en el mismo empeño, como que era el único
hombre que podía salvar la patria en aquel conflicto tan tremendo. El Callao
encerraba la caja de Pandora, y al mismo tiempo era el caos. El enemigo estaba
a las puertas con fuerzas dobles: la plaza no estaba preparada para un sitio:
los cuerpos del ejército que la guarnecían eran de diferentes estados, de
diferentes partidos; el Congreso y el Poder Ejecutivo luchaban de mano armada;
todo el mundo mandaba en aquel lugar de confusión, y al parecer el General
Sucre era responsable de todo. El, pues, tomó la resolución de defender la
plaza, con tal que las autoridades supremas la evacuasen, como ya se había
determinado de antemano por parte del Congreso y del Poder Ejecutivo. Aconsejó
a ambos cuerpos que se entendiesen y transigiesen sus diferencias en Trujillo,
que era el lugar designado para su residencia.
El
General Sucre tenía órdenes positivas de su Gobierno de sostener al Perú, pero
de abstenerse de interferir en sus diferencias intestinas; ésta fue su conducta
invariable, observando religiosamente sus instrucciones. Por lo mismo, ambos
partidos se quejaban de indiferencia, de indolencia, de apatía por parte del
General de Colombia, que si había tomado el mando militar había sido con suma
repugnancia y sólo por complacer a las autoridades peruanas; pero bien resuelto
a no ejercer otro mando que el estrictamente militar. Tal fue su comportamiento
en medio de tan díficiles circunstancias. El Perú puede decir si la verdad
dicta estas líneas.
Las
operaciones del General Santa Cruz en el alto Perú habían empezado con buen
suceso y esperanzas probables. El General Sucre había recibido órdenes de
embarcarse con cuatro mil hombres de las tropas aliadas hacia aquella parte. En
efecto dirige su marcha con tres mil colombianos y chilenos; desembarca en el
puerto de Quilca, y toma la ciudad de Arequipa. Abre sus comunicaciones con el
General Santa Cruz que se hallaba en el Alto Perú; a pesar de no recibir
demanda alguna de dicho General, de auxilios, dispone todo para obrar
inmediatamente contra el enemigo común.
Sus
tropas habían llegado muy estropeadas, como todas las que hacen la misma
navegación; los caballo y bagajes, había costado una inmensa dificultad
obtenerlos; las tropas de Chile se hallaban desnudas, y debieron vestirse antes
de emprender una campaña rigurosa. Sin embargo, todo se ejecutó en pocas
semanas. Ya la división del General Sucre había recibido parte del General
Santa Cruz, que la llamaba en su auxilio, y algunas horas después de la
recepción de este parte estaba en marcha, cuando se recibió el triste anuncio
de la disolución de la mayor parte de la división peruana en las inmediaciones
del Desaguadero. Por entonces todo cambia de aspecto. Era, pues, indispensable
mudar el plan. El General Sucre tuvo una entrevista con el General Santa Cruz
en Monquegua, y allí combinaron sus ulteriores operaciones. La división que
mandaba el General Sucre vino a Pisco y de allí pasó, por orden del Libertador,
a Supe para oponerse a los planes de Riva-Agüero que obraba de concierto con
los españoles.
En
estas circunstancias el General Sucre instó al Libertador porque le permitiese
ir a tomar el valle de Jauja con las tropas de Colombia, para oponerse allí al
General Canterac, que venía del Sur. Riva-Agüero había ofrecido cooperar a esta
maniobra más su perfidia pretendía engañarnos. Su intento de dilatarla hasta
que llegasen los españoles, sus auxiliares. Tan miserable treta no podía
alucinar al Libertador, que la había previsto con anticipación, o más bien la
conocía por documentos interceptados de los traidores y de los enemigos.
El
General Sucre dio en aquel momento un brillante testimonio de su carácter
generoso. Riva-Agüero lo había calumniado atrozmente: lo suponía autor de los
decretos del Congreso; el agente de la ambición del Libertador; el instrumento
de su ruina. No obstante esto, Sucre ruega encarecida y ardientemente al
Libertador, para que no lo emplee en la campaña contra Riva-Agüero, no aún como
simple soldado; apenas se pudo conseguir de él, que siguiese como un espectador
y no como un jefe del ejército unido; su resistencia era absoluta. El decía que
de ningún modo convenía la intervención de los auxiliares en aquella lucha, e
infinitamente menos la suya propia, porque se le suponía enemigo personal de
Riva-Agüero y competidor al mando. El Libertador cedió con infinito
sentimiento, según se dijo, a los vehementes clamores del General Sucre. El
tomó en persona el mando del ejército, hasta que el general La Fuente por su
noble resolución de ahogar la traición de su jefe, y la guerra civil de su
patria, prendió a Riva-Agüero y sus cómplices. Entonces el General Sucre volvió
a tomar el mando del ejército; lo acantonó en la Provincia de Huailas, donde se
le ordenó; y allí su economía desplegó todos sus recursos para mantener con comodidad
y agrado a las tropas de Colombia. Hasta entonces aquel departamento había
producido muy poco, o nada al Estado. Sin embargo el General Sucre establece el
orden más estricto para la subsistencia del ejército, conciliando, a la vez, el
sacrificio de los pueblos, y disminuyendo el dolor de las exacciones militares
con su inagotable bondad y con su infinita dulzura. Así fue que el pueblo y el
ejército se encontraron tan bien cuanto las circunstancias lo permitían.
Sucre
tuvo órdenes de hacer un reconocimiento de la frontera, como lo efectuó con el
esmero que acostumbra, y dictó además aquellas providencias preparatorias que
debían servirnos para realizar la próxima campaña.
Cuando
la traición del Callao y de Torre-Tagle llamaron los enemigos a Lima, el
General Sucre recibió órdenes de contrarrestar el complicado sistema de
maquinaciones pérfidas que se extendió en todo el territorio contra la libertad
del país, la gloria del Libertador, y el honor de los colombianos. El General
Sucre combatió con suceso a todos los adversarios de la buena causa; escribió
con sus manos resmas de papel para impugnar a los enemigos del Perú y de la
libertad; para sostener a los buenos, y para confortar a los que comenzaban a
desfallecer por los prestigios del error triunfante. El General Sucre escribía a
sus amigos que más interés había tomado por la causa del Perú, que por la que
fuese propia o perteneciese a su familia. Jamás había desplegado un celo tan
infatigable; más sus servicios no se vieron burlados: ellos lograron retener en
la causa de la patria, a muchos que la habrían abandonado sin el empeño
generoso de Sucre. Este General tomó al mismo tiempo a su cargo la dirección de
los preparativos que produjeron el efecto maravilloso de llevar el ejército al
valle del Jauja por encima de los Andes, helados y desiertos. El ejército
recibió todos los auxilios necesarios debidos, sin duda, tanto a los pueblos
peruanos que los presentaban como al jefe que los había ordenado tan oportuna y
discretamente.
El
General Sucre después de la acción de Junín se consagró de nuevo a la mejora y
alivio del ejército. Los hospitales fueron provistos por él, y los piquetes que
venían de alta al ejército, eran auxiliados por el mismo General; estos
cuidados dieron al ejército dos mil hombres, que quizás habrían perecido en la
miseria sin el esmero del que consagra sus desvelos a tan piadoso servicio.
Para el General Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria, le
parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón: él es el
general del soldado.
Cuando
el Libertador lo dejó encargado de conducir la campaña durante el invierno que
entraba, el General Sucre desplegó todos los talentos superiores que lo habían
conducido a obtener la más brillante campaña de cuantas forman la gloria de los
hijos del nuevo mundo. La marcha del ejército unido desde la Provincia de Cochabamba
hasta Huamanga, es una operación insigne, comparable quizá a lo más grande que
presenta la historia militar. Nuestro ejército era inferior en mitad al
enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el nuestro. Nosotros
nos veíamos forzados a desfilar sobre riscos, gargantas, ríos, cumbres,
abismos, siempre en presencia de un ejército enemigo y siempre superior. Esta
corta, pero terrible campaña, tiene un mérito que todavía no es bien conocido
en su ejecución: ella merece un Cesar que la describa.
La
Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general
Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina.
Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de
catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado.
Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho semejante a
Waterloo, que decidió del destino de Europa, ha fijado la suerte de las
naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho
para bendecirla, y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a
los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la
naturaleza.
El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el
redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió
Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie
en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de
Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada. Lima 1825.
"Las naciones marchan hacia el término de su grandeza con el mismo paso que avanza la educación"......Libertador Simón Bolívar
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